El Alarde de Hondarribia, una vez más.
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ARTÍCULOS DE OPINIÓN
16.09.08 -
TXARO ARTEAGA ANSA, EX DIRECTORA DE EMAKUNDE

El pasado lunes, 8 de septiembre, una vez más me acerqué a Hondarribia para apoyar a la compañía Jaizkibel en su reivindicación de un alarde mixto, no discriminatorio hacia las mujeres. A lo largo de los doce años que dura este conflicto, han sido innumerables los intentos para hacer valer los derechos de las mujeres en esta celebración por parte de personas e instituciones que creemos en la legitimidad de esta demanda. No es éste el momento de entrar en detalles, aunque llegará el día en que la historia pondrá a cada cual en su sitio.
La compañía Jaizkibel está satisfecha porque cada vez cuentan con mayor participación; este año pasaron de 250, medio centenar más que en la pasada edición y la resistencia es cada vez menor, a pesar de los paraguas negros, la indiferencia, el desprecio, y lo que es peor los insultos, amenazas, empujones etc., que también los hubo.
Pero han pasado doce largos años. Tenemos leyes para la Igualdad aprobadas por el Parlamento Vasco y por el Español y todavía hay quien alardea de la legalidad por haber conseguido, con trampas, privatizar el acto para poder discriminar. Pues miren Vds. Llegará el día en que no se pueda discriminar ni en público ni en privado, y vamos camino de ello, aunque desgraciadamente y este es un ejemplo, muy despacio, demasiado despacio. Hasta hace muy poco tiempo muchos hombres maltrataban a las mujeres en su casa y nadie intervenía porque se consideraba que ello ocurría en el ámbito de lo privado y allí todo era lícito. Afortunadamente, hoy día, hemos conseguido cambiar las leyes, que no las mentes, para que esto no ocurra y cualquiera pueda intervenir denunciando estas agresiones. Y el maltrato es el penúltimo eslabón de la discriminación contra las mujeres, el último es la muerte, y este año llevamos ya más de 40 según datos oficiales.
Y si no somos conscientes de que la ideología sexista, machista, contraría a la igualdad que sustenta la discriminación hacia las mujeres que se da en los alardes de Irun y Hondarribia es la misma, es el germen que genera esa violencia de género que provoca tantas muertes, no se resolverá ni el problema de los alardes ni el de la violencia contra las mujeres. Hay quien esgrime para justificar la situación la razón de las mayoría s frente a las minorías; habrá que recordar, una vez más, algo tan elemental como que esto es válido siempre que todas las opciones sean legítimas y en este caso no lo son. Porque una cosa es la legalidad, en esta caso sexista como la sociedad, y otra la legitimidad. Imagínense Vds. que la mayoría del pueblo de Hondarribia prohibiera salir en el alarde a un negro por el hecho de serlo, sería un acto de racismo, y se entendería. Sin embargo si se prohíbe salir a las mujeres, por el hecho de serlo esto no se identifica como sexismo, a pesar de que la Declaración Universal de los Derechos Humanos especifica claramente que no se puede discriminar en función de raza, de religión ni de sexo.
Todavía no hemos avanzado lo suficiente en nuestras mentalidades. Pero como decía la capitana de Jaizkibel, «esto es imparable», aunque para ello hagan falta muchas compañías Jaizkibel y cada vez más gente comprometida. Por eso no puedo por menos de asistir año tras año perpleja a la indiferencia, cuando no a la beligerancia a favor de la discriminación, de gran parte de nuestra clase política ante este conflicto. Al alcalde de Hondarribia y a su corporación, primeros implicados y herederos de una gestión anterior nefasta, ya le marcó el camino la capitana de Jaizkibel, Garoa Lekuona, al pedirle que actuara con «valentía» para solucionar la situación.
Por otra parte la presencia institucional de apoyo viene siendo prácticamente la misma desde hace años, y no hay más que ver la lista de asistentes es más, este año ha sido de las más exiguas. ¿Qué pasa con nuestros políticos y nuestras políticas que tanta afición demuestran a manifestarse cuando se trata de otros conflictos? ¿Quizá tienen miedo a la factura, en votos, que creen puede pasarles un mayor compromiso con la igualdad? ¿Y los medios de comunicación? ¿No hay más que ver los titulares de la mayoría de ellos que, salvo honrosas excepciones, juegan en el mejor de los casos a una aparente neutralidad que difumina el hecho de la existencia de una flagrante discriminación y da apariencia de normalidad a una situación anormal e injusta, ayudando a que pueda perpetuarse en el tiempo.
Entiendo que no es ajena a todo ello la sistemática amenaza, que me consta, reciben por parte de quienes participan en el Alarde Tradicional. Todo ello muy comprensible en un mundo en el que los intereses se anteponen a los valores, los ideales, los derechos y la justicia con mayúsculas: pero, qué quieren que le diga, quienes mercadean con los derechos de las mujeres en vez de liderar los cambios hacia una sociedad más justa y se quedan en las mediocres ganancias a corto plazo, no se merecen nuestra confianza.
Constato que me estoy haciendo mayor porque mi natural optimismo se esta resquebrajando.

Negros paraguas de intolerancia.
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ANÁLISIS

EMILIO ALFARO 14/09/2008

Algunos vecinos de Hondarribia -la mayoría, se dicen- han añadido un nuevo uso a los muchos que ya tienen los paraguas: el de metáfora del desprecio y el ostracismo para otros de sus conciudadanos y conciudadanas -una minoría, dicen-. Su pecado, como en la vecina Irún, negarse a aceptar el papel que una tradición momificada ha asignado a la mujer en los alardes. No han querido ser sólo cantineras, han pretendido ser también tropa en el desfile, con escopeta y pífano, y su deseo se ha convertido desde hace tiempo en motivo de grave querella vecinal.

Han quedado atrás, por fortuna, los años de las agresiones e insultos a las sacrílegas y sus secuaces de las compañías mixtas. El reproche se ha sofisticado. A los zarandeos le ha sustituido en Hondarribia otras formas más modernas de desprecio. El I+D aplicado al escarnio: volver la cara a los herejes cuando desfilan, crear a su paso un muro de plástico negro que remarque su segregación del pueblo auténtico, colocarse caretas de personajes de Disney para no verles y, la última innovación, un desfiladero de paraguas de rechazo; negros, por supuesto.

Les recomiendo que vean las fotos publicadas esta semana y traten de imaginarse cómo son las personas que han desplegado a su espalda los paraguas como si quisieran poner un burka a quienes han osado salirse de las normas establecidas. La mayor parte son mujeres, seguramente buenas personas, amables y educadas el resto del año. Pero sus sentimientos se nublan el día del Alarde ante la visión de otros vecinos que se han salido del carril para ejercer su derecho a participar en la fiesta mayor del pueblo fuera del papel prefijado por la santa tradición.

La imagen de las mujeres y hombres de las compañías mixtas de Hondarribia e Irún desfilando precedidas por agentes antidisturbios de la Ertzaintza es más que una anécdota anual. Invita a preguntarse por las raíces intolerantes de unos comportamientos sociales que desbordan el marco de las celebraciones festivas en que se manifiestan; por esa dicotomía no superada de modernidad y atavismo que desazonaba a Julio Caro Baroja y que recorre tantos aspectos de la vida de nuestro país; por la naturalidad con que se asume, en nombre de costumbres más o menos ancestrales, comportamientos que repugnan a esas mismas personas cuando se sitúan en otro contexto diferente.

El virus de la tradición, de la consideración de lo conocido en la corta experiencia de una vida como herencia inviolable de los ancestros, no distingue ideológicos; afecta casi por igual a gente de derecha e izquierda, a constitucionalistas y abertzales en sus diferentes gradaciones, y a apóstoles de la libertad de decisión en otros ámbitos. Personas de indudable talante progresista de Irún y Hondarribia se han lamentado en público por la mala imagen que se habría proyectado de los alardes tradicionales, achacándola a que no se entiende desde fuera la esencia de la celebración, porque "hay que vivirla para entenderla". Sin embargo, se resisten a admitir que si cuesta tanto explicar una actitud, a lo mejor se debe a que es poco explicable.

Hay un aspecto del asunto que llama todavía más la atención: el ostentoso lavado de manos de las autoridades concernidas. Los dos ayuntamientos, uno gobernado por el PNV y otro por el PSE, se han sacudido el problema desvinculándose de la organización de los alardes y privatizando en la práctica la fiesta mayor de la localidad, pese a que discurra por los espacios públicos de ambas localidades e involucre a todos los servicios municipales. Así se evitan responsabilidades ante la justicia. Pero los alcaldes y los equipos de gobierno se cuidan mucho de que se vea que su predilección es por el Alarde tradicional, el que respalda la mayoría. Donde hay votos en juego, que se aparten los derechos.

Tampoco ha sido mucho más lucida la actuación en el debate de las otras instituciones y dirigentes del país, que deberían velar porque puedan ejercerse en todos los ámbitos derechos reconocidos por la Constitución y por leyes específicas del Parlamento vasco. ¿O no fuimos campeones de la igualdad aprobando una ley que sorprendió al mundo por su progresismo? Pero su inhibición desde que se planteó el problema en los noventa ha sido escandalosa. Que acudan el Ararteko y la directora de Emakunde en nombre de todos a respaldar testimonialmente a las díscolas y díscolos de Hondarribia e Irún y nos eviten comprometernos en un asunto en el que no hay nada que ganar.

A lo mejor los alardes son sólo un síntoma de que la Euskadi de los biogunes y los centros tecnológico no termina de ajustar cuentas con un pasado resistente a la modernidad y que se refugia en tradiciones más o menos populares. Tan populares como algunas sociedades gastronómicas y cofradías que siguen vetando a las mujeres, sin que los políticos de todos los colores que acuden a ellas se quieran dar por enterados de esa anti-igualitaria segregación.