El Alarde en la memoria -Crítica desde la memoria de las víctimas del franquismo-.

En el artículo EL ALARDE EN LA MEMORIA, firmado por Rafa Glez. Merino, publicado en la edición Bidasoa de El Diario Vasco del miércoles 17 de junio de 2009, se dice literalmente:

En 1937, la Procesión de las antorchas figura en el programa de los actos organizados para conmemorar el primer aniversario de la liberación (sic.) de la ciudad, el 4 de septiembre. Fue una manifestación conmovedora.

No es la primera vez que en artículos referidos a la historia del Alarde se hace referencia a momentos terribles de represión y conculcación de los derechos humanos, de una manera absolutamente acrítica. En la serie de junio de 2008 dedicada tambien a EL ALARDE EN LA MEMORIA se hacia referencia a oficiales nazis "cuadrándose" ante Pedrós y a jerifaltes de la dictadura franquista como si fueran hermanitas de la caridad de visita en Irun.

Queremos recordar que en 1936 el franquismo tomó Irun por las armas, al asalto, y desató una represión cruel. Los familiares de los republicanos que fueron asesinados sufrieron un sin fin de penurias. Por eso es importante decirles a los olvidadizos que en Irun se tiroteó por pensar diferente en aquel 1936, y que les quitaron las casas, y les 'pasearon', y se les rieron.
En Irun, como en otros pueblos, la represión se cebó contra nacionalistas, socialistas, anarquistas, y republicanos en general. Desde la visión del Irun actual debemos tener respeto a la dignidad de esos familiares que han tenido que hablar a solas en las cocinas, porque la memoria de los suyos se convirtió en lo único que tenían, porque se llevaron hasta sus cuerpos, sus pertenencias, los dejaron solos.

Es por todo esto que resulta decepcionante e inadmisible que haya alguien en Irun que todavía absorba de manera acrítica no sólo ya la descripción franquista, sino incluso la propia terminología que hace apología de la tragedia, como si nada hubiera ocurrido, como si aquellos tristes acontecimientos fueran un motivo de celebración, con una falta total de sensibilidad hacia la memoria y el dolor de tantas víctimas.

La democracia vasca, sus instituciones y sus colectivos sociales pueden y deben deslegitimar ahora y para siempre el sistema represivo del franquismo.

Firmado
Josema Alberdi Sagardia.
Iñaki Altube Martinez.
Maribel Castelló Goyenetxea.
Miguel Angel Ceberio Galardi.
Xabier Kerexeta Erro.
Gorka Moreno Márquez.
Elena Ramirez de Arellano Villar.
Román Rico del Amo

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ARTICULO QUE SE CRITICA

DIARIO VASCO.COM
EDICION BIDASOA - IRUN
17 junio 2009
EL ALARDE EN LA MEMORIA. Rafa Glez. Merino
Las antorcheras, luz y silencio


Rafa Glez. Merino. Aquel año de 1522, Irun estaba bajo el mando de los Capitanes Juan Pérez de Azcue, natural de Fuenterrabía, y Miguel de Ambulodi, vecino de Irun y natural de Oyarzun, que estaban en Irun con 400 soldados, que, al ver el peligro que corría el castillo, se dirigen a San Sebastián para informar al Capitán General Don Beltrán de la Cueva. Este disponía de menos de 2.000 soldados y de 200 hombres de caballería para la defensa de San Sebastián, por lo que se resiste ante la dificultad de la empresa. Los capitanes le dicen que si él no puede, ellos atacarán a las tropas navarras en defensa de su hogar, ante lo que el Capitán General, accede a acompañarlos hacia Irun, con casi toda su tropa de infantería y 150 de caballería. Los capitanes Azcue y Ambulodi consiguen reunir a 1.500 hombres del lugar para vencer al enemigo.

Llegaron de noche y en silencio hasta el valle de Saroya de Aguinaga, el señor del caserío Burutaran les aconsejo que silenciaran los cascos y ataran las lenguas de sus caballos para que estos no pudiesen relinchar y no alarmasen del avance al ejército invasor. A su vez, Mosén Pedro de Hirizar clérigo y vecino de Rentería, era tenedor de bastimentos y tenía una partida de 400 teas, llamadas también hachas de palo. Reunió a 400 mujeres y niños, por la noche, con las 400 hachas de madera encendidas avanzaron por el Camino Real, desde el cruce de los caminos de Oyarzun y Rentería hacia Irun. Esto hizo pensar a los franco-navarros que el ataque vendría por ese lado de Irun. Pero mientras tanto, los Capitanes Azcue y Ambulodi, con las tropas locales atacan a los franceses por la otra cara del monte, encontrándoles desprevenidos. Con este plan el ejército invasor inició la huida sin esperar a ningún tipo de enfrentamiento.

En 1937, la Procesión de las antorchas figura en el programa de los actos organizados para conmemorar el primer aniversario de la liberación de la ciudad, el 4 de septiembre. Fue una manifestación de fe conmovedora. En la procesión que salió del templo parroquial a las 9 de la noche, figuró la imagen de la Virgen del Juncal, circunstancia que en contadas ocasiones se había dado. Miles de fieles con velas encendidas acompañaron a la imagen venerada por las calles en ruinas; Escuelas, Fermín Calbeton, Pº de Colón, Plaza de España, Plaza de San Juan y calle de la Iglesia. Se dice que fue un acto impresionante.

Desde 1998, la Asociación Juvenil Irundarra Pagoki recuperó este acto que viene rememorando este hecho histórico con todas aquellas mujeres, niños y niñas de la comarca que voluntariamente se prestan a participar en ello.

Cada año, en esa noche del 29 de junio, recorren las calles del Camino Real ataviadas con prendas que evocan aquella época y con la única luz de sus antorchas.

La salida tiene lugar a las 22.00 horas desde la calle de Artaleku, a la altura del ambulatorio de Hermanos Iturrino, bajando por la calle Mayor, Plaza de San Juan, siguiendo por las calles San Marcial, Sargia, Larretxipi, Plaza de Urdanibia, Santa Elena, calle de la Ermita y molino de Arbes para finalizar en el puente de Artiga. En algunos puntos de estas calles, hay preparados grupos que al paso de las Antorcheras invaden el silencio con el sonido de la Txalaparta.

Cada año son más las mujeres y niños que participan, sobrepasando con creces el histórico número de 400 antorchas encendidas de aquella treta histórica.


UN ALARDE NORMAL, COMO LA VIDA MISMA
Gorka Moreno Márquez*

La abuela de una amiga mía tras noventa años de vivencias a lo largo del siglo XX, repúblicas, guerras, dictaduras y democracias, siempre definía a las personas que eran buenas y le caían bien como personas normales, por eso cuando le preguntabas ¿Qué te parece fulanito o menganito? Ella contestaba, Bien, bien, bien… Es normal. Si a mi me pidiesen que describiera con un solo adjetivo el Alarde Mixto utilizaría este normal, que creo, lo describe perfectamente. Y lo defino como normal porque este Alarde y su filosofía se adecuan a la que considero debería de ser la manera de entender la vida, porque entronca de lleno con valores de modernidad, de igualdad, de libertad. Es un Alarde que cree en la igualdad, que ha avanzado en la democratización interna y que por lo tanto se adapta perfectamente a las características de la sociedad irunesa del siglo XXI.

Es un Alarde normal, porque dentro del mismo veo las cosas que veo en nuestro entorno. Veo hombres y mujeres, personas que llevan piercings, otras que no lo llevan; personas que llevan rastas, aunque yo no me vea con ellas, personas que piensan diferente a mí. Veo también a padres que desfilan junto a sus hijas, a madres con hijas, a madres con yernos e incluso en alguna emotiva ocasión he llegado a ver a una abuela desfilando con una nieta.

Me gusta el Alarde porque es diverso y porque puedo estar junto a mi pareja en uno de los días más significativos para mi ciudad. Pero también me gusta porque acoge los conflictos de nuestro día a día. Parejas que al no tener la socorrida ayuda familiar tienen que negociar o turnarse para desfilar en el alarde -¿Para cuándo guarderías en el Alarde?-. Estas cosas también me gustan y me recuerdan que este Alarde es actual y que se enfrenta al desafío de adaptarse a los retos que se nos presentan hoy en día, en temas como los de la conciliación, la gestión de la diversidad, la igualdad, los conflictos o la tolerancia, entre otros muchos.
Año tras año me encuentro con estas nuevas realidades, con estas nuevas imágenes y creo que este año no va a ser diferente. Por primera vez va a ser una mujer la que ostente el puesto de General, el puesto de mando más importante del Alarde, demostrando una vez más que lo importante es pasarlo bien y no quien represente uno u otro papel.

Creo que el Alarde Mixto es un Alarde del presente, pero también de futuro, Es, en definitiva, un Alarde como la vida misma, dinámico, moderno, vivo y que a su vez conmemora la tradición histórica y tradicional de nuestra ciudad, recordándonos el valor de lo que es ser irunesa o irunés. El Alarde mixto es mi Alarde, porque me define, porque me identifica como irunés, como persona contemporánea, como hombre, como joven, como moderno y como tradicional, y por qué no, porque me lo paso bien y en él estoy a gusto, qué más se puede decir…

La prueba del algodón (de la igualdad)
Carmen Diez Mintegui
Antropóloga. UPV/EHU

En los últimos años la idea de igualdad ha pasado a formar parte de los discursos oficiales y de las expectativas sociales. Es más, incluso para una parte de la sociedad, incluidas muchas mujeres jóvenes, parece que ya se ha conseguido. Sin embargo, a pesar de los cambios positivos, tanto los datos en cuanto a situación profesional, como las imágenes que se proyectan en los medios de comunicación en relación al poder político, cultural, deportivo, militar, eclesiástico… muestran un mundo androcéntrico en el que la posición de las mujeres no es desde luego paritaria.

Conseguir la igualdad no es una tarea fácil ni simple. Muchas personas piensan que continuando por el camino iniciado llegará algún día; otras, por el contrario, no están de acuerdo con la idea igualitaria y defienden un modelo de sociedad en la que las relaciones de género sean de complementariedad o incluso de dominio masculino, con papeles y comportamientos diferenciados para hombres y mujeres.

En relación al primer grupo, los que creen que la igualdad llegará por si sola, conviene recordar que es una tarea que se inició hace ya mas de doscientos años, que muchas mujeres y algunos hombres han invertido mucha energía en su defensa y que será necesario seguir empleándose a fondo, porque no es algo que caerá como fruta madura.

De ese largo camino recorrido, como ejemplos, recordaremos al carte­siano Poulain de la Barre, que en 1673 y 1674 escribió De l'égalité des deux sexes y Traité de l'éducation des dames, obras en las que se aplicaban los criterios de racionalidad a las relaciones entre los sexos, extendiendo el buen sentido cartesiano, es decir, la capacidad de razonar y de juzgar bien, también a las mujeres. O a Mary Wollstonecraft, que en Vindicación de los derechos de la mujer, publicada en el año 1792, rei­vindicó el derecho de las mujeres a recibir la misma educación intelectual y física que los hom­bres, para que pudieran ser autónomas, tener una ocu­pación y participar de los derechos ciudadanos que un nuevo orden social concedía a los hombres y negaba a las mujeres. Esta autora respondía así de forma clara y contundente al filósofo Rousseau, quién proponía un programa educativo diferenciado para muje­res y hombres, basado en las diferentes expectativas que para uno y otro sexo se establecían en ese nuevo orden social y político emer­gente que, no olvidemos, estaba basado en la idea de emancipación, de progreso individual y de ciudadanía. Por último, está Olympe de Gouges que en su Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciu­dadana (1791), ampliaba a las mujeres los derechos políticos recogidos en la Declaración de los Dere­chos del Hombre y del Ciudadano de 1789.

Como vemos, las reclamaciones de igualdad han tenido que enfrentarse desde siempre a los argumentos de los defensores de las desigualdades entre los sexos. No es algo nuevo y las personas que hoy continúan en la línea de estos últimos tienen a su favor una larga tradición discursiva y una realidad basada en instituciones androcéntricas y en representaciones de esa realidad que invisibilizan a las mujeres, porque la sociedad en la que vivimos, fruto de lo que llamamos la Modernidad, excluyó al conjunto de las mujeres, junto con otros colectivos, de los derechos que otorgaba la ciudadanía. Así, si para el colecti­vo masculino la expectativa fue la vida pública y la autonomía moral, al femenino se le reservó la esfera privada, bajo la sujeción de los varones y con un fin exclusivo: hacer la vida más placentera a los que sí eran ciudadanos.
La consecuencia que la exclusión tiene para los colectivos afectados es su no presencia en los centros simbólicos y de poder sociales. La Modernidad, que planteó una ruptura con las ideas de tradición y superstición anteriores, y que hizo del individuo el centro en el que pivotaría el nuevo sistema social, man­tuvo una continuidad al definir de forma genérica y subalterna al conjunto del colectivo femenino –no había individualidad ni derechos para cada mujer-, justificando y legitimando así la exclusión de todas ellas. Esta invisibilización y domesticación de las mujeres ha sido puesta en evidencia y denunciada por la teoría y la práctica feminista, que en las últimas décadas ha analizado y denunciado tanto la forma en la que se construyen las relaciones de género, como los mecanismos a través de los cuales se mantiene, reproduce y legitima el poder masculino.

Sabemos hoy que el género es una práctica muy activa que atraviesa el conjunto de la vida social, así como cada vida individual. Las construcciones genéricas no son algo fijo, sino que están en continua reelaboración; la práctica de género es necesaria para producir continuamente lo que es la masculinidad o la feminidad, algo que también está sujeto a continuos cambios. Sin esa práctica, sin la dictadura del género, las personas seríamos sólo eso, personas, porque la biología no determina ningún comportamiento. Desde esta perspectiva, se ha observado también cómo se construyen y reproducen las diferentes formas de vivir las masculinidades y las relaciones que se establecen entre ellas y, lo que un elemento central, que para que se reproduzca un modelo de masculinidad hegemónico es absolutamente necesario el soporte de distintas instituciones sociales.

El deporte es sin duda el espacio que hoy por hoy mejor reproduce ese modelo de masculinidad hegemónica, pero existen otros y en cada espacio y lugar podemos encontrar una “casa de los hombres”, no sólo metafórica sino real, en la que niños y jóvenes pueden aprender a hacerse “hombres” de verdad, lo que en esencia significa no ser como las “mujeres”. Un buen ejemplo de “casa de los hombres” es el Alarde de Irún (junto al de Hondarribia), al convertirse en un baluarte en defensa de un modelo de masculinidad hegemónica, en su enfrentamiento con partidarias y partidarios de un Alarde sin exclusiones.

Central en ese proceso está siendo el surgimiento de asociaciones como Pagoki o Gordezan, impulsadas principalmente por mujeres defensoras de los Alardes tradicionales, con el objetivo de guardar las tradiciones y también de impulsar otras nuevas, como el desfile de las Antorcheras, que otorgue nuevo protagonismo a las mujeres, pero desde la defensa de modelos y valores tradicionales. Por supuesto, ese protagonismo no ocupa el lugar central de la fiesta, tanto en el sentido espacial (el desfile de Antorcheras transcurre por la periferia de la ciudad) como temporal (se celebra el día anterior al día grande del Alarde), aunque sí reproduce un modelo de mujer vasca tradicional, buena madre, trabajadora y buena compañera, frente a modelos que se consideran importados, como el de las feministas, que no serían “verdaderas” mujeres.

En su momento, cuando se inició el enfrentamiento entre partidarias/os de uno y otro Alarde, dijimos que estábamos ante una “emergencia etnográfica” y que sería interesante observar la complejidad del fenómeno. Hoy, después de varios años, un análisis en profundidad del proceso permite ver cómo los mecanismos sociales e institucionales se han reactivado y actúan en la defensa y reproducción de un modelo de relaciones de género dicotómico, en el que el lugar y los papeles de hombres y mujeres estén perfectamente delimitados y definidos. Sirve también como un ejemplo y explicación –junto a otros muchos-, del por qué los datos y la realidad continúan poniendo en evidencia que la igualdad no resiste todavía la prueba del algodón.